Abuela Aurora

Aquí no se venden ataúdes como en las grandes ciudades. Tampoco se empalman los muertos uno sobre otro. No hay sacerdote que dirija los servicios fúnebres. No hay funerarias. Aquí el ataúd se hace con maderas que la gente tiene en su casa y si no tienen, nunca falta quién más tenga. Cuando alguien muere, se vela respetuosamente en su casa, frente al altar. Cada muerto tiene su espacio en el panteón; las mujeres del lado izquierdo y los hombres del derecho; así mismo los niños tienen su lugar y los que mueren en otras ciudades, también tienen un espacio para ser recordados en Santa María de Alotepec.

Abuelita Aurora, apenas nos conocimos los dos últimos años de su vida. Contadas fueron las veces que nos vimos y nuestra manera de comunicarnos fue la más sincera, por medio de sonrisas y lenguaje corporal. Recuerdo el día en que me ofreció chicle poniéndolo directamente entre mis labios. No me dio manera de decir que ‘no’, y bueno, ¿cómo hubiera podido decirle que ‘no’ a esa dulce sonrisa? Nadie lo sabía, solo yo, o tal vez usted también, que la adopté como mi abuelita ya que era huérfana de abuelos. Ahora que se fue, me encuentro en el mismo estado de antes de conocer su sonrisa.